sábado, febrero 28, 2009

espejismo de certeza



La duda primero fue pálpito, sospecha, o prejuicio, y después el espejismo de una certeza que en realidad es sólo una conjetura.
Nuestro cerebro tiene una propensión a encajarlo todo, por eso cuando parece que algo cuadra, tiende a cerrar la figura. Adora lo geométrico, lo querría todo perfectamente redondo o cuadrado, triangular, pentagonal, no sabe qué hacer con una circunferencia incompleta, con un triángulo si uno de sus lados no alcanza un vértice, no sabe qué hacer con algo de tres lados y medio si no puede considerarse propiamente un cuadrado, necesita figuras cerradas y regulares.
Si el sacerdote parece que… entonces es que...
A la hermana la incomoda la inestabilidad de su pálpito, la fragilidad de su sospecha. (El prejuicio está en la carpeta de preferencias del sistema y actúa automáticamente). El pálpito y la sospecha odian la interinidad, anhelan la seguridad de una plaza fija, apropiarse la certeza. Este anhelo puede provocar un espejismo.
El pálpito y la sospecha siempre recurren a un aliado: la conjetura, ya que con la prisa de su precipitación siempre se olvidan de las pruebas; la conjetura llega siempre rezagada porque es la encargada de recogerlas, si no las encuentra se suele conformar con indicios, eso lleva tiempo, pero siempre termina por alcanzar al pálpito y a la sospecha en el trayecto para de ese modo poder entrar de la mano a la casa de la verdad, llamada también momento de conclusiones; el pálpito con expresión inocente y temerosa, la sospecha con expresión suspicaz, la conjetura con su rictus de rigor. Pero para llegar a algo hay que pasar por conserjería y vérselas con la duda. La duda es una nube inestable y aspira a precipitarse como agua clara y discurrir como un río de certeza, siempre termina dejando pasar al pálpito y la sospecha, aunque con displicencia, pero saluda con respeto a la conjetura. (Los prejuicios son invisibles y se cuelan sin que nadie los vea). La duda, como el pálpito, como la sospecha y la conjetura, quieren lo mismo: abandonar su inestabilidad, su interinidad, porque se sienten demasiado frágiles viviendo a la intemperie de la incertidumbre, pero juntas quizá consigan cambiar esto. El ritual exige que antes de concluir nada compartan mesa, pero sólo les apetece comer pruebas, es lo único que pueden digerir sin estragos, los indicios son sucedáneos y no los metabolizan adecuadamente. Las conjeturas sí aceptan comer indicios, pero a la duda le repiten, le provocan unas digestiones lentas y pesadas. El pálpito sólo come un poco y siempre se queda con hambre. Al cerebro le cuesta no hacer conclusiones. Conjeturas, pálpitos y sospechas tienen que concluir en algo. Como el cerebro tiene sus preferencias, autoejecuta una macro y elige una conclusión que parezca aceptable. Después procede a deshacerse de tanta inquietud limpiando de caché el sistema, lavando los platos. Sin embargo siempre queda algún rastro de todo esto, es por eso que un experto puede recuperar archivos que borramos en un descuido desafortunado, reconstruirlo todo con lo que encuentra en la basura, y esos residuos son la duda.
El pálpito y la sospecha, junto con las conjeturas, (seguidos de los prejuicios invisibles) abandonan la casa de la verdad, también llamado momento de conclusiones, y dejan a la duda sola, rumiando en la conserjería, maldiciendo su buena memoria y su incapacidad para el olvido.